Mientras la filosofía judía se desarrolla y aporta al mundo,
la comunidad judía sigue apostando a los viejos postulados,
reduciendo el diálogo con las nuevas generaciones,
así en Chile como en todo el mundo.
Por Jorge Zeballos Stepankowsky 
Cuando Heródoto se encontraba en su acmé (madurez o florecimiento de una tendencia), el pasado remoto era algo vivo en las conciencias de sus contemporáneos, mucho más vivo que los años inmediatamente anteriores a la época en que vivían; de igual modo para la colectividad chilena, plegada al macizo de los Andes, Los patriarcas, Moisés, Simón Ben Yojai, lsrael Baal Shem Tov, incluso Maimónides, son más “reales” para un judío santiaguino que cualquier figura del pensamiento judío contemporáneo. Los primeros han sido elevados al empíreo kehilatí, transformándose para la calle judía en personajes míticos y en ocasiones hasta de culto, comportándose respecto a ellos con una afinidad casi “familiar”.
Afinidad que evoca a esa “ilusión de descendencia” que magistralmente revelara Thomas Mann bajo la forma de las meditaciones de José respecto a ‘sus avoteinu’ Abraham e Itzjak en las primeras páginas de José el Proveedor. Mann detalla esa sensación donde las referencias de espacio y tiempo de José el Proveedor, como en la tradición judía, son deliberadamente ambiguas, de modo que los condicionantes históricos y costumbristas ceden paso a una interesante guía sobre las afectividades humanas.
Para el judío corriente, profesional, urbano, que presume de tener bagaje cultural, personajes como Abraham, Akiva, Hilel o Rabi Itjak ben Shlomó Luria, son seres tan reales que acaban conociéndolos mejor que a muchos judíos de carne y hueso más inmediatos a él. Y es así como paradojalmente, Emmanuel Levinas, Emil Fackenheim, Franz Rosezweig, Claude Levi-Strauss por nombrar sólo algunos de los maître-pensée judío contemporáneo, son prácticamente desconocidos para la calle judía.
Es cierto, el pensamiento crítico judío moderno y contemporáneo tiene el desafío de abrirse paso en un ágora kehilatí colmada de héroes y titanes propios del patrimonio hebreo y que para repleción, se re-presentan de forma anual en las fiestas judías. Más aún, son recreados para gusto de sus herederos de modo anamnético, manteniendo ininterrumpido el hilo de toda la herencia judía.
Sin embargo, la épica, la poesía y la teología judía medieval y moderna, no son historia. Se trata sí, de una narración detallada y precisa con minuciosas descripciones, innegablemente reales y vívidas. Es cierto, las historias judías son portadoras de un pujante valor pedagógico pues como todo mito, éstas son intemporales. Una forma característica de esta forma cultural intemporal es el midrash, palabra derivada del verbo darash que significa “escrutar, interpretar, explicar”. El midrash como lo define una de las voces no judías más intrépidas de los estudios interconfesionales, el obispo John Shelby Spong, es “la forma judía de decir que todo lo que se venera en el presente hay que conectarlo de alguna manera con un momento sagrado del pasado”.
En ese sentido, la capacidad de evocar un tema antiguo en un contexto nuevo se despliega anualmente en el horizonte cultural hebreo, por ejemplo, en el relato de Ester. Esta pieza narrativa se presenta como un hecho concreto, pero examinada en perspectiva historicista, se halla completamente aislada: su vinculación no era ni con lo que acaeció primero ni con lo que acaecería después. Incluso dentro de la tradición hebrea, la zaga de Ester es solamente un hecho aislado, del todo ahistórico en sentido significante.
Y realizo aquí una clara objeción crítica. Percibo que la apropiación que hacemos de nuestras narraciones (escribo intencionadamente hacemos y no hacen para no ser liado como un rashá, el hijo malvado del seder de Pesaj) y sus subsecuentes desenlaces para explicarnos la condición actual del corpus hebraicum, andino-austral, urbano y mapochino, es en ocasiones, un exceso de abstracciones plétoras de misticismo judaizante.
Respuestas acrisoladas
El judío chileno se pregunta, ¿por qué el planeta está atiborrado de fracturas, injusticias y olvidos? Para ese individuo que busca respuesta, la primera que halla, que se le abre, es la respuesta mítica o la anécdota proverbial, en su sentido más tradicional. Es así como fácilmente puede acceder a hagadot, midrashim, cuentos jasídicos o una pertinente responsa rabínica que se ve ampliada en los últimos años por una creciente popularidad de la literatura cabalística. El ciudadano judío en definitiva, puede hallar en librerías, círculos de estudio, conferencias, alegorías hermosas, leyendas iluminadoras, pero fábulas al fin. Y esa es la hegemónica respuesta que obtiene quien pregunta, quien cuestiona desde la identidad, quien desea sostener su judaísmo por convicción y voluntad.
Y mientras, a lo largo de los márgenes del río Mapocho, en el espacio público judío, sólo se hallarán respuestas acrisoladas por la tradición. Es decir, el tipo de réplica que los exégetas judíos continuarán ofreciendo al público chileno (ávido por líneas de contextualización en clave judía) no incorporarán de lleno los progresos del pensamiento judío contemporáneo, de tal suerte que la calle judía no verá una salida, un escape del universo de la épica y el mito que a veces -incluso- condiciona el quehacer público judío. Esta problematica es un desafío necesario para la kehilá y que deberá afrontar sin que esto signifique una ruptura sino un continuum con lo más preciado de su acervo patrimonial.
Esta necesidad se refiere a acoger tanto al Shuljan Aruj o los cuentos de Isaac Bashevis Singer como no explicarse el mundo exclusivamente desde allí. Para esto se puede contar con un nutrido cuerpo de exploración: desde Emile Durkheim (el padre de la sociología moderna) y sus discípulos como Marcel Mauss, pasando por la reconvención que hizo a la modernidad la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Arendt, Fromm, Marcuse) hasta los seguidores de W. Benjamín, Leo Baeck o Jacques Derrida, por nombrar sólo un fragmento de la pléyade de filósofos, estetas e intelectuales que han incorporado lo judío (intencionado o no) a sus lecturas y disciplinas.
Con todo, el pensamiento judío contemporáneo, que pasa por un buen clima de plusvalía académica, por razones que no logro elucidar persiste en mantenerse ignoto para ese amplio público judío chileno que se precia de su liberal refinamiento pero que todavía se afana en discusiones superadas. Así por ejemplo, la calle judía parece no distinguir que a principios del siglo pasado fue sobreseída la añeja discusión entre admiradores de la wissenschaft des judentums y los partidarios de la ortodoxia moderna.
El pensamiento judío contemporáneo, incluido en cualquier programa curricular de estudios judíos universitarios del hemisferio norte, se encuentra en Latinoamérica y en particular en Chile en un estado de empobrecida e infortunada orfandad. Los arranques efímeros por traer al seno de la kehilá la agenda actual del pensamiento judío por parte de algunas personas e instituciones modestas, como el Centro de Estudios Judaicos de la Universidad de Chile, con énfasis en los estudios clásicos, sólo desnudan más esta indolencia comunitaria.
Asunto de iniciados
El teórico literario Mikhail Bakhtin y su estructuralismo ruso; György Lukács y su marxismo estético o Ernst Cassirer con su filosofía de las formas simbólicas son fuente corriente para los profesionales de las Ciencias Sociales que diariamente, a partir de elementos individuales de la tradición judía, funden, modifican y en ocasiones inventan enfoques actuales y universales. Es cierto, son enfoques seculares, no míticos y sociológicos pero que gracias a su pertinencia y universalismo demostrado se han incorporado de lleno al patrimonio judío. Ejemplos sobran.
En el campo de miradas universalistas al fenómeno de la Shoá y las relaciones post-holocausto encontramos a Richard Rubenstein, el norteamericano que define la agenda de la teología post-Shoá judía y cristiana con su radical mirada religiosa; en el mismo sentido el recientemente fallecido Emil Fackenheim y sus argumentos sobre Auschwitz como ‘limite de la representación’; el profesor Steven Katz y su preocupación por el diálogo con el Otro; Eugene Borowitz; Saul Friedländer, Eliezer Berkovitz, con sus estudios sobre teología postholocausto; el hace poco muerto Jacques Derrida y sus estudios sobre la amistad, etc.
En nuestro continente este universo simbólico todavía es asunto de iniciados. Ciertamente, el filósofo español Manuel Reyes Mate y su Proyecto de Investigación “La Filosofía después del Holocausto”, logró conjugar la revisión crítica del programa de la Modernidad, a partir del denominado “nuevo pensamiento judío” (Benjamin, Rosenzweig, Cohen y otros) con la denominada “filosofía de la liberación” y sus posteriores derivas en la pensamiento latinoamericano. En tal sentido es menester reconocer el esfuerzo que hace la Universidad de Tel-Aviv con sus Estudios Interdisciplinarios en el incentivo de una producción académica judía continua y de calidad.
Sin embargo, mientras por una parte, las traducciones en lengua castellana aumentan y la idea entusiasma a la academia no judía, motivada por la necesidad histórica y cultural de repensar la racionalidad occidental; por la otra, la íntima vinculación con la ética judía y la praxis social parece pasar desapercibida para la opinión pública judía.
El pensamiento judío contemporáneo se nutre hoy de diferentes fuentes epistémicas y tradiciones intelectuales, filosofía, teología, ciencias sociales, educación, arquitectura, letras, historia, antropología. Steven Kepnes y Robert Ochs con su razonamiento textual crítico descubren ideas e información a partir de los textos judíos, con el objetivo de indagar y acentuar la peculiaridad teológica de un pueblo en alianza con lo divino; Paul Celan perturba espíritus con su poesía francesa en lengua alemana de origen judío rumano; Haim Avni abre derroteros a través de su mirada israelí en estudios sobre las juderías latinas; el argentino Ricardo Forster localiza trazas más interesantes de lo judío americano con sus ensayos de estética sobre los claroscuros de la modernidad. Ellos y muchos más muestran un paisaje coincidente en la necesidad de profundizar una reflexión judía sobre el presente. Preocupación que debe ser extendida, a la vez, a aquellas tradiciones olvidadas capaces de enriquecer y de recrear los debates pendientes.
Empero, cada vez que se le despliega este mundo judío, la calle judía opta por la poquedad o el retraimiento pareciendo no querer salir de la seguridad que otorgan los sidurim y los relatos pintorescos. Prueba de ello es la inadecuada asistencia para aquellos jóvenes investigadores judíos que desean hacer sus tesis de pre y post grado en clave judía, emprendimientos creativos y de variadas disciplinas, que en la mayoría de los casos se ven abandonados por la incapacidad de la calle judía de entender la importancia vital de la creación de productos culturales chilenos insertas en las corrientes del pensamiento judío contemporáneo.
Los próximos años el individuo judío enfrentará en Latinoamérica una complejidad de fenómenos que deberá superar con éxito. Para que ello ocurra le será indispensable buscar respuestas más profundas. La queja creciente de la calle judía respecto a que sus conciudadanos no los comprenden no puede continuar siendo abordada bajo una perspectiva unilateral. La interdependencia entre la mayoría de los países y áreas de la economía, la política y la cultura hace imprescindible ponernos en el lugar del otro. La calle judía debe estar más preparada para desenvolverse en el medio en que vive, en vez de convertirse en adultos obsoletos y seguir creyendo y opinando que el judaísmo se agota -por dar dos ejemplos clásicos- en Ajad Haam, el padre del sionismo cultural, o Menajem Mendl Schneerson, el rebe de Lubavitch.
Publicado en el sitio de Hagshamá, Israel.